Julio de 2002. Eduardo Duhalde está vestido con calzoncillos, una camisa y una corbata sin anudar colgada del cuello. Está recostado sobre un sillón blanco de la residencia de Olivos y espera con las manos detrás de la nuca. Lo habían despertado temprano para que diera una entrevista, pero antes entra a verlo Alberto Fernández. El Presidente interino de la Nación suelta: “Mirá, Alberto, acá hay cinco posibles candidatos. De esos, hay dos que si ganan me matan; el que a mí me gusta no quiere saber nada y la alternativa que encontré, no mueve el amperímetro. El problema es que el quinto no para de putearme…”.